Cuando escucho que se afirma que Ecuador no tiene políticas de Estado siempre intento argumentar que sí en los mismos términos: hay al menos tres que han sido consistentes en las últimas administraciones. La primera corresponde a la dolarización. Si bien no fue una medida programada[1], sino la alternativa necesaria para enfrentar la crisis financiera de finales de los noventa, nos dio una moneda fuerte y ya con 25 años ha sobrevivido a inestabilidad política y a gobiernos de todas las tendencias. En la segunda suelo referirme a los acuerdos comerciales; aquellos que permiten abrir mercados y beneficiar a los ecuatorianos con cada vez mayor variedad de productos. Hoy por hoy superan la decena y esas son buenas noticias[2]. Además, han sido parte de la agenda de varios Gobiernos, aún cuando sea más por fuerza que por convicción. En tercer lugar, podría mencionar al ánimo de superar la desnutrición infantil crónica. Siendo ya el tercer Gobierno que mantiene la iniciativa en marcha, vale la mención.
Hoy la moneda americana forma parte de la realidad de todos los ecuatorianos y, habiendo cumplido un cuarto de siglo desde su implementación, también ha sido objeto de estudios, análisis y debates.
Pero la principal es la dolarización, no solo porque es la más antigua, sino porque podemos analizar sus implicaciones desde varias perspectivas.[3] Hoy la moneda americana forma parte de realidad de todos los ecuatorianos y habiendo cumplido un cuarto de siglo desde su implementación también ha sido objeto de estudios, análisis y de todo tipo de debates.
La cuestión no es solo reconocerla como política de Estado. Se trata, ante todo, de un esfuerzo deliberado para que las nuevas generaciones, aquellos que nacieron en un país ya dolarizado, y bastante más estable (al menos en lo monetario) que el que enfrentaron sus padres, puedan conocer de primera mano cómo llegamos a ella. Y así también cómo se ha mantenido y qué futuro le depara.
Primero, respondamos a la pregunta de cómo llegó Ecuador a la decisión. Más allá de las decisiones del Directorio de la época de Banco Central del 10 de enero de 2000, lo relevante es que este país ya había pasado por un largo proceso de dolarización informal.[4] Es decir, había optado por ir migrando a una moneda que sí le transmitiera confianza para preservar el valor de sus ahorros o incluso para transacciones del día a día. Las voces contrarias argumentaban que era una figura extrema. Incluso en palabras del economista brasilero Celso Furtado, citado por Alberto Acosta en su Breve Historia Económica del Ecuador: el acto de rendirse a la dolarización implicaba una condición semicolonial. El discurso de la soberanía estuvo ligado a esta decisión por años. Sin embargo, la dolarización formal tomó lugar después de una ya vigente dolarización informal.
Es importante mencionar que la valoración de caminos alternativos de solución para la crisis, como la convertibilidad, fueron descartados. Este esquema fue adoptado por Argentina, pero tenía un pecado de origen: no ser una caja de conversión ortodoxa. Hubo, por ejemplo, vacíos legales permitieron al Banco Central mantener hasta un tercio de sus reservas en bonos del gobierno argentino. Lo anterior fue contrario al objetivo de generar confianza.[5]
El hecho cierto es que Ecuador necesitaba una solución urgente: no podía seguir enfrentado una inflación que 1999 llegó a ser de más del 60% ni tampoco amanecer todos los días viendo cómo la cotización del dólar hacía que el fruto de su esfuerzo perdiera valor. Junto a la inflación, la devaluación del sucre frente al dólar llegó a ser del 276% el mismo año. En cuestión de pocas semanas a finales del 99 pasó de 12 mil a 17 mil. Y fue de 25 mil en enero del 2000.

La dolarización ha sido positiva, pero tiene sus límites: el país aún tiene que hacer la tarea y asumir reformas que se han aplazado por demasiado tiempo.
Ahora vamos a responder la pregunta de cómo se implementó.[6] Sin animo de entrar en el nivel de detalle de los técnicos de la época, es importante que dividamos en etapas la decisión tal como fuera adoptada en su momento: desde la definición de que cotización fija, pasando a la adquisición de los billetes por parte del BCE y la correspondiente acuñación de monedas, que no es una cosa distinta a poner en circulación el dinero metálico fraccionario. Luego, el periodo de transición. Quienes tuvimos la experiencia de contar con ambos tipos de monedas en el bolsillo para las actividades del día a día, seguramente lo recordaremos en detalle. La transición duró apenas 6 meses y Ecuador vivió por ese tiempo en un bimonetarismo.
Un punto adicional fue la definición de las nuevas funciones para el Banco Central. Aunque esto tuvo lugar a inicios del 2000 aún a la fecha estas funciones se discuten. Quienes abogan por el cierre de la institución sostienen que no hay mayor amenaza para la dolarización que mantener con vida a una institución cuya razón de ser es la política monetaria, hoy ausente en Ecuador. Quienes la defienden sostienen que aún sin política monetaria el rol del Central es mantener la estabilidad de algunos agregados en la economía. Hoy, formalmente hablando, la misma institución sostiene que es agente fiscal y financiero del Estado y que además preserva las reservas monetarias del país.
Ahora bien, si nos referimos a cómo se ha mantenido la respuesta podría ser simple: la dolarización se sostiene a sí misma en tanto los ecuatorianos la respaldan.[7] Corresponde mencionar que no han sido pocos los intentos de legislar para aspirar a fortalecer la dolarización. Algunos con mayor sentido que otros. La primera referencia aquí es la Ley de Transformación Económica, presentada semanas después del inicio de la implementación, con el marco legal que se identificó necesario al momento. La más reciente corresponde a la decisión de la actual administración de emitir en marzo pasado un Decreto Ejecutivo para declarar al dólar moneda oficial.
La dolarización es tal que aún a la fecha se sigue discutiendo en el campo político. Existen variados criterios sobre cómo fortalecerla o qué podría debilitarla. Evidencia de aquello se puede encontrar en todos los últimos ejercicios electorales. En la más reciente campaña el debate público se avivó por propuestas y menciones que tomaron el nombre de ecuadólares.
Finalmente, a decir del economista Alberto Dahik el país “aún tiene que hacer la tarea”. La dolarización ha sido positiva, pero tiene sus límites y no reemplaza a las demás decisiones que debieron acompañarla. Por ejemplo, la integración financiera para acceder a la inversión que genera desarrollo, reformas de sostenibilidad a la seguridad social, reformas laborales para contar con mercados más dinámicos y a las reformas de gasto fiscal que sinceren las cuentas por pagar. Todas estas reformas pendientes que se han aplazado por demasiado tiempo. Y ya es hora de asumirlas.
[1] Un abordaje muy completo sobre el tema, desde los orígenes hasta el estallido y produndidad de la crisis se puede encontrar en La crisis ecuatoriana a finales de los noventa: debacle de banca, moneda y deuda, de Augusto De la Torre y Yira Mascaró.
[2] https://www.produccion.gob.ec/acuerdos-comerciales/
[3] Había acuerdos comerciales antes de la dolarización, sin embargo, eran la excepción y no la regla. El más antiguo corresponde al Acuerdo de Integración Subregional Andino y fue suscrito en 1969.
[4] Si bien la decisión se instrumentalizó a través del BCE y obedecía a una decisión presidencial, su impulso vino desde la sociedad civil. Véase Dolarización Oficial en Ecuador del Instituto Ecuatoriano de Economía Política de enero de 2020.
[5] Véase Dolarización Oficial en Ecuador del Instituto Ecuatoriano de Economía Política de enero de 2020.
[6] https://contenido.bce.fin.ec/documentos/PublicacionesNotas/Notas/Dolarizacion/dolarizar.html
[7] Dependiendo de la fuente se estimada que al menos 9 de cada 10 ecuatorianos respaldaban la dolarización al 2023. En contraste con el 32% al inicio de la medida. Ver: https://www.primicias.ec/opinion/fidel-jaramillo/dolarizacion-25-anos-economia-ecuador-87195/