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“La Nación que somos, el futuro que queremos”

Como director de la Escuela de Gobierno de la UEES, este 26 de abril participé en una conferencia en la Universidad de Harvard, organizada por estudiantes ecuatorianos, titulada “La nación que somos, el futuro que queremos”. Agradezco que me hayan invitado, pero sobre todo que hayan escogido un título que nos llama a la esperanza y la unidad.

Sin embargo, al ver ese título me quedé pensando: ¿realmente creemos que “somos nación” en Ecuador? ¿O que somos la “nación guayaca”, la “nación tsáchila”, la “nación manaba”, etc.? Ecuador es históricamente un país dividido. Pronto, en 2030, cumpliremos 200 años como república independiente, pero aún sigue pendiente la tarea de construir la unidad nacional.

Aunque son algunas las divisiones que nos separan, en Harvard me referí a la principal fractura que divide nuestra política: el correísmo versus el anti-correísmo. Y mi mensaje fue simple: ha llegado la hora de pasar al post-correísmo en Ecuador. Permítanme, en estas líneas, resumir mi charla y explicar por qué.

De 2007 a 2017, durante una década el expresidente Rafael Correa ganó todas las elecciones. Luego, de 2017 a 2025, durante casi otra década, sus opositores ganaron todas las elecciones. En Harvard, un célebre profesor de liderazgo, Ronald Heifetz, decía que hay dos formas de estar sometido a un caudillo: una es hacer todo lo que dice (dependencia), otra es hacer todo lo contrario a lo que dice (contra-dependencia). Ecuador lleva casi dos décadas atrapado en esas dos formas de sumisión.

La última elección nos abre una oportunidad histórica para virar la página. El 13 de abril de 2025, por primera vez el correísmo perdió una campaña presidencial con más de 11%. Más de un millón de votos. El expresidente Correa ya no es el principal actor de la política ecuatoriana. Y eso ocurre con una nueva Asamblea que, por primera vez en casi un siglo, estará dominada solo por dos partidos políticos, ADN y RC. Por tanto, habrá estabilidad desde el parlamento, porque no habrá dos tercios en la oposición que la Constitución requiere para destituir al presidente, ministros u otras autoridades. Y, por primera vez en mucho tiempo, si dos fuerzas políticas —o, más claro, las dos personas que las lideran— dialogan y se ponen de acuerdo, podrían aprobar cualquier reforma en Ecuador. Todo esto no significa que el correísmo esté muerto: logró el 44% de los votos, mientras gobierna los principales municipios y prefecturas. Con menos que eso, el PSC sobrevivió décadas en el Ecuador.

Ahora bien, el 56% que ganó una elección no puede pretender que el 44% que perdió no existe o debe ser arrasado. Eso es lo que hacía antes el expresidente Correa. Y es la lógica que debemos superar. Lo que necesitamos son consensos para enfrentar los problemas que nos afectan a todos. Cuando un delincuente apunta con un arma a un ciudadano en la calle, no le pregunta si votó por Daniel o por Luisa para decidir si le va a robar, secuestrar o matar. Hoy enfrentamos una de las mayores crisis de nuestra historia, y de las grandes crisis nacen los grandes cambios. A veces, solo cuando tocamos fondo entendemos que nuestras diferencias pueden ser muchas, pero más importante es ponernos de acuerdo para corregir los problemas fundamentales de la nación, desde el crimen organizado hasta la crisis del seguro social.

Esta actitud es fundamental si Ecuador va a una próxima Asamblea Constituyente. No debato aquí si ésa es o no la mejor alternativa. Eso dependerá de la decisión del presidente Daniel Noboa. Pero, si llega a darse, es importante no caer en los siguientes errores que ya cometimos en algunas de las veinte constituciones que llevamos hasta ahora:

Error 1. Pensar que una constituyente es sólo para tomarse el poder. Ése es un defecto histórico: ya en el siglo XIX, la mayoría de asambleas constituyentes de Ecuador se convocaron para nombrar a un jefe de Estado, más que para rescribir las reglas fundamentales.

Error 2. Confundir constitución con programa de gobierno: el pecado original de Montecristi. Para decidir programas de gobierno son las elecciones, no las constituciones. La historia nos enseña que quienes hoy gobiernan, tarde o temprano no gobernarán. Y es probable que gobiernen sus opositores. Por tanto, una constitución debe servir a todos. Cuidado, entonces, con ir de una constitución “correísta” a una “anti-correísta”. No. Necesitamos lograr consensos lo más amplios posibles, incluso con quienes hoy son minoría, para que, cuando la mayoría popular cambie de opinión, como tarde o temprano siempre ocurre, no vayamos de nuevo a otro cambio de constitución.

Error 3. Creer que la constitución es una lista de deseos, como wishlist de Amazon: otro defecto de Montecristi, donde se escribió una de las constituciones más largas del mundo, con 444 artículos. Mientras más temas se regulan en una constitución, más difícil es que perdure. Por ejemplo, la Constitución actual prohíbe el arbitraje internacional en tratados, lo que limita la inversión extranjera. Pienso que eso debería eliminarse, pero sería un error ir al otro extremo y escribir “deberá siempre pactarse arbitraje internacional en los tratados”. Lo mejor es que ese tema quede abierto al debate normal de la democracia, sin candados en una constitución.

En definitiva, necesitamos una constitución que no sea instrumento de revanchas, sino de acuerdos amplios para sacar adelante al país. ¿Será eso posible? ¿O volveremos a tropezar con las mismas piedras del pasado? Yo les confieso que no soy optimista. Porque el optimismo es pensar que las cosas estarán mejor porque sí, y yo no creo en eso. Pero tampoco soy pesimista. Porque el pesimismo es pensar que las cosas estarán peor porque sí, y tampoco creo en eso.

Yo creo en la esperanza, que es confiar que las cosas pueden mejorar, pero sólo si nosotros actuamos. La esperanza es entender que el futuro no está escrito: el futuro lo escribimos nosotros y el lápiz de la historia está en nuestras manos. La esperanza entonces nos impone una enorme responsabilidad y nos obliga a tomar una decisión: ¿vamos a dejar que el país se quede en manos de los pocos que buscan convertirlo en un narcoestado? ¿O vamos cada uno, no a escribir el futuro que “quiero” yo solito, sino el futuro que “queremos” y que sólo podemos escribir todos como nación? Ahí les dejo la pregunta. Sólo juntos podemos contestarla.

Author
Héctor Yépez
Director de la Escuela de Gobierno UEES
Director del Centro de Arbitraje y Mediación (CAM) UEES