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¿LA PRUDENCIA: EL SUPERPODER QUE PERDIMOS EN LA ERA DIGITAL?

Caminaba alguien dentro de un bosque por un sendero solitario cuando, de repente, una bandada de cuervos se levantó con un escándalo tremendo. El caminante, un poco paranoico, pensó que seguro algo malo se acercaba: un ladrón, una tormenta, vaya a saber qué. Sin pensarlo dos veces, dio la vuelta y se desvió por un camino más largo, todo para evitar un peligro que solo existía en su cabeza.

Lo que no sabía era que los cuervos simplemente se habían movido a otro lado para encontrar comida. El hombre se cansó, perdió tiempo y energía, y todo por una simple suposición. La moraleja de esta fábula de Fedro es sencilla pero poderosa: no saques conclusiones apresuradas. Y es que en el mundo de hoy, donde la información nos bombardea, esta historia es más relevante que nunca. Nos lleva a hablar de una palabra que se nos está olvidando: prudencia.

EL SIGNIFICADO DE LA PRUDENCIA

La palabra prudencia viene del latín prudentia, que a su vez es una contracción de providentia. Es decir, «providencia» o «prever». La Real Academia Española (RAE) la define como la «capacidad de pensar, ante ciertos acontecimientos o desgracias, sobre los riesgos posibles y los modos de evitarlos». En otras palabras, ser prudente es ser capaz de anticipar, de ver más allá del momento para tomar la mejor decisión posible.

Pero no es solo una cuestión de precaución. Para filósofos como Aristóteles, la prudencia o frónesis era una virtud intelectual. Era la sabiduría práctica que nos permite elegir el mejor camino para vivir una vida buena. Luego, Santo Tomás de Aquino, en su Summa Theologica, la elevó a un escalón aún más alto: la llamó la auriga virtutum o «conductora de las virtudes», porque es la que guía a todas las demás, como la justicia, la fortaleza y la templanza. Sin prudencia, la valentía puede ser temeridad y la generosidad puede ser un despilfarro.

Incluso el filósofo contemporáneo Josef Pieper lo dejó claro en su libro Virtudes Fundamentales: la prudencia no es una cualidad pasiva, sino la base de una vida virtuosa. Para él, la prudencia es la virtud principal, porque «la medida del querer y del obrar estén alienados con la verdad. Antes de ser lo que es, lo bueno ha tenido que ser prudente; pero prudente es lo que es conforme a la realidad». Y es precisamente esa realidad la que tenemos que aprender a cuestionar en este siglo.

LA ERA DE LA IMPRUDENCIA DIGITAL

Vivimos en la era de la velocidad. El desarrollo tecnológico nos ha traído una avalancha de información y un ritmo de vida frenético que nos empuja a la imprudencia. Las redes sociales nos lanzan contenidos a mil por hora, y muchas veces, sin darnos cuenta, nos tragamos el anzuelo y creemos que todo lo que vemos es real. Baltasar Gracián, en su libro El arte de la prudencia, nos dejó 300 aforismos para navegar la vida. Varios de ellos resuenan con la realidad de hoy. Por ejemplo:

  • No morir de la primera impresión (Aforismo 18): En la oficina, alguien lanza una idea descabellada. Antes de reaccionar y criticarla, un buen líder recuerda este aforismo: «No te fíes de la primera impresión, hay que saber dar marcha atrás». Con calma, evalúa, analiza y pide más datos. Al final, esa idea descabellada se convierte en una oportunidad, pero solo porque no actuó por impulso.
  • Opinar lo mínimo, pero hacer lo máximo (Aforismo 29): A veces, en una reunión, todos quieren hablar. Pero hay uno que se queda callado, escuchando. Se lo ve prudente. En lugar de decir la primera cosa que se le viene a la mente, espera, contrasta la información y, cuando habla, su aporte es valioso y conciso. «A veces, el silencio es más elocuente que mil palabras».
  • No seas un libro abierto (Aforismo 120): En un mundo donde todo se publica, es fácil caer en la trampa de compartirlo todo. Pero la prudencia nos enseña que hay cosas que deben quedarse en privado, especialmente en el ámbito profesional. «Quien guarda el secreto, guarda el poder». No es ser falso, es ser sabio y protegerse.

Estos aforismos son más que citas antiguas; son brújulas para un mundo que va demasiado rápido. Son un recordatorio de que no todo lo que vemos en las redes es real, que a veces es mejor callar que opinar y que la prisa puede ser la peor consejera.

La prudencia, entonces, se convierte en un acto de rebeldía, en un superpoder para la vida cotidiana y los negocios. Es el freno que nos permite no estrellarnos. Es ese instante de reflexión antes de opinar en un chat grupal o de creer la primera noticia que nos aparece en el feed. Es parar en la luz amarilla, en lugar de acelerar. Es tomar distancia, analizar, contrastar y entender que la realidad que nos pintan muchas veces es solo un espejismo.

UN LLAMADO A LA PRUDENCIA EN UN MUNDO IMPRUDENTE

La fábula del caminante y los cuervos es una advertencia. El hombre no se detuvo a pensar que los cuervos no huían de un peligro, sino que se movían hacia una oportunidad. De la misma forma, en la era digital, la velocidad nos hace asumir, sacar conclusiones y actuar por impulso, perdiendo oportunidades o, peor aún, cayendo en trampas.

La prudencia es un ejercicio diario. Es la habilidad de dudar, de ser crítico y de no dejarse llevar por la corriente. Es la virtud de cuestionar la realidad que nos muestran las redes, de buscar la verdad y de alinear nuestras acciones con ella. Es hora de recuperar ese superpoder perdido.

La próxima vez que te encuentres frente a una «noticia», a una opinión polarizada o a una situación que te incite a actuar deprisa, detente. Detente como el caminante de la fábula, pero en lugar de huir, analiza, cuestiona la fuente, busca otras perspectivas y, sobre todo, no actúes de manera apresurada. Porque la verdadera sabiduría no está en la velocidad, sino en la prudencia.